El demonio de la paranoia (relato de terror)

Autor : Danny Garay | Publicado el : octubre 30, 2018 | Etiquetas :

El demonio de la paranoia

¿Cuál es el lugar más seguro para una persona?

Con esta pregunta el lector no tendría ningún problema en mencionar «la casa» o «el hogar» como respuesta inmediata.

Y es que en nuestros hogares nos sentimos tan serenos y aliviados, al menos en la mayoría de los casos. Los más triviales temores del día a día, como lo son un asalto o la delincuencia en general, se desvanecen sutilmente con tan solo poner el primer pie dentro de la casa.

Esa tranquilidad… tan intrascendente que me parecía, no la supe apreciar como se debía, y ahora la anhelo desesperadamente, después de haberla perdido en una lluviosa noche de octubre.

Un día, mi esposo se encontró con una vieja caja de cartón que estaba empotrada en una de las paredes del sótano cuando se realizaban unas labores de remodelación.

Esta caja no tenía inscripción alguna que revelara su contenido, solamente una advertencia explícita:

«No abrir. No vender. Regresarlo a su lugar».

Y obviamente mi esposo no tardó en abrirla, haciendo caso omiso del mensaje que parecía haber sido escrita con una pluma fuente, cuya caligrafía dejaba mucho que desear.

Yo estaba en la sala de la casa cuando él me llamó para mostrarme su descubrimiento.

En el interior de la caja había una hermosa joyería de la que yo jamás imaginé tendría la dicha de ver en persona. Collares de perlas, anillos de oro y diamante, cadenas de plata con detallados adornos de estética religiosa; ciertamente se podía considerar «afortunado» el hallazgo de mi esposo, no obstante para mí significaría el principio de mis desgracias.

Entre las joyas carísimas, se encontraba también una estatua mediana de bronce que representaba alguna especie de demonio.
En el mismo momento que la vi, me recorrió un gran escalofrío.

Esta figura tenía a modo de ojos un par de pequeños rubíes, que parecían brillar con luz propia, aunque mi marido nunca vio ese inexplicable brillo.

Con el pasar de los días, las obras de remodelación del sótano terminaron y mi marido expresó su alegría, ya que al fin tenía su sala de entretenimiento personal con la que tanto soñaba desde que era un adolescente.

Máquinas de videojuegos arcade, una mesa de billar, varios cómodos sofás frente a una gran pantalla plasma rodeada de parlantes con sonido envolvente.

Mi marido se pudo dar varios lujos extras gracias al haber puesto en subasta varias joyas, algunas se quedaron para mí y él se quedó con la estatua del demonio.

Fue para mí, motivo de un ensordecedor grito en la madrugada cuando vi aquellos fulgurantes ojos rojos observándome desde una mesa dentro de nuestro dormitorio.

Le reclamé a mi marido por el susto provocado. Después de discutir, él accedió a mantener aquella inquietante estatua en el sótano remodelado.

Sucedió entonces, como he dicho antes, en una noche lluviosa. Eran las nueve, mi marido todavía no había llegado a la casa debido a que un río que atravesaba la ciudad se había desbordado, lo que provocó que muchas calles quedaran intransitables.

La última llamada que tuve con él en aquella ocasión fue cuando me avisó que quizás no llegaría a la casa hasta la mañana siguiente.

Después de eso, la señal celular empezó a dar problemas. Hasta que al fin en el celular apareció el texto: «Sin servicio».

A pesar del clima, la noche transcurría normalmente, con el único detalle que asomándome por la ventana noté que la calle estaba despejada, ningún auto pasaba y solo había un hombre (o al menos eso era lo que pensaba por la silueta) que estaba sentado en un banco, sin sombrilla ni nada con que resguardarse de la lluvia.

Me llamó la atención la extraña actitud de la persona, pero su relevancia para mí fue diluyéndose a los pocos minutos que empecé a ver la televisión (la señal de internet también se había caído).

Creo que eran casi las once cuando decidí irme a la cama y fue así que llegando al dormitorio para cambiarme de ropa me encontré con tan inquietante estatua de ojos rojos observándome desde la mesa de noche.

Ahí estaba, esos destellantes rubíes apuntándome, con una especie de risa burlona y eterna.

Parecía que su mirada me arrastraba hacia un abismo gélido y oscuro. Mientras risas resonaban con un inexplicable eco.

Tenía cierto temor por aquella figura. Pensé detenidamente si tan siquiera me atrevería a acercarme y llevarla a su lugar correspondido (el sótano) o arrojarlo por la ventana.

Al final decidí la segunda opción y, envolviéndola con una vieja manta, me llevé la estatua del demonio para lograr mi cometido. Sin embargo después de acercarme a la ventana, la inquietud en mí incrementaba con la presencia del mismo hombre en la calle, que ahora estaba de pie, inmóvil, con los brazos a los lados viendo mi casa.

Dejé la estatua a saber en dónde y de inmediato tomé mi celular. Marqué al número de mi marido pero no obtuve respuesta, sin haberme percatado que el celular seguía sin señal.

Luego, me aseguré que las puertas y ventanas estuvieran todas bien cerradas. Apagué las luces y me fui a mi cama. Por la extraña sensación de inquietud que recorría por todo mi cuerpo es que dejé prendida una lámpara cerca de la cama; creo que pasada una hora yo todavía no lograba conciliar el sueño.

El rumor de la lluvia no cesaba y de repente un fuerte golpe interrumpió mis intentos de dormir. El ruido era como si alguien hubiera golpeado una mesa de madera con el puño.

Abrí ligeramente la puerta del dormitorio, y entre las penumbras de la sala no logré observar nada relevante, no obstante ese ruido de golpe apareció un par de veces.

Instintivamente tragué saliva, nerviosa y con el corazón latiéndome deprisa, abrí más la puerta de manera no intencionada y en ese momento cayó un rayo, el relámpago alumbró la sala mostrándome la misma silueta que había visto en la calle. De inmediato regresé a mi cuarto y desesperada busqué una pistola que mi marido guardaba debajo de la cama.

Los ruidos de golpes se reanudaron.

Mis memorias son algo confusas de ese momento, creo recordar que grité, pidiendo ayuda. También marqué al 911. Los golpes continuaron incesantemente, ese ruido parecía que me martillaba la cabeza y solo temor experimento al tratar de rememorar aquella ocasión.

Lo último que quedó en mis recuerdos fue cuando la puerta se abrió violentamente y yo aterrada apreté el gatillo.
Un cuerpo se desplomó.

Me derrumbé con un desesperado llanto al darme cuenta que había matado a mi marido.

No…

No… no sé qué me había pasado.

Mi marido, en el suelo… sobre un charco de sangre…

Era una escena tan irreal…

Las horas pasaron.

Mientras la luz del amanecer se filtraba por las ventanas, yo estaba inmóvil cerca del cadáver de mi marido. Y ahí estaba, la estatua del demonio que seguía burlándose de mí…

La policía llegó al lugar por la llamada que había hecho al 911.

Mi justificación no me salvó de ser encarcelada.

Lo entiendo, es normal creer que me he vuelto loca.

¡PERO AHÍ ESTÁ!

¡EL DEMONIO ME PERSIGUE!

¡CON AQUELLA RISA BURLONA ME OBSERVA!

Día y noche, en mi celda aquel demonio no me deja en paz.

La estatua la observo en todos lados, pero nadie me cree. Las risas y golpes resuenan sin cesar, pero nadie lo escucha.

¡Todos están locos! ¡Ahí está el demonio!

Aún hoy en día no encuentro paz para mi alma. Una paz que quizás alcance con la muerte.

No lo sé, nada pierdo con intentarlo.

Dejo esta carta como advertencia a quien encuentre la estatua.
Hagan que el demonio regrese al sótano.

Publicado el 30 de octubre del 2018